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Carteras de inversión, escogiendo un estilo

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Por Jorge Herrera
21 de March de 2024

Introducción

Un conocido me preguntó hace unos días atrás cuál era el mejor fondo para invertir en este momento. Probablemente, esperaba una respuesta del tipo: “la renta variable en Estados Unidos es la mejor opción del momento”. La respuesta a esta pregunta tiene una dosis menor de adrenalina que lo que pudiera pensarse a priori, y es que, antes de tomar cualquier decisión de inversión es necesario preguntarse: (1) ¿cuál es mi objetivo de inversión?; y (2) ¿cuál es mi perfil de riesgo? Mientras la primera pregunta intenta responder para qué tengo pensado ese dinero (ya que este destino puede tener implicancias directas en la mejor manera de invertir al guardar conceptos tan relevantes como el horizonte de inversión), la segunda entrega información relevante respecto de con qué nivel de riesgo me siento cómodo. Una vez que tengo este “rayado de cancha” básico me puedo preguntar entonces cómo invertir y en qué instrumentos, y es aquí donde cobra mucha relevancia el concepto de diversificación y que la mejor manera de enfrentarse a esto es mediante una cartera que gracias a considerar varias clases de activos, me permite construir una solución más eficiente en términos del retorno esperado al que puedo acceder sujeto a un cierto nivel de riesgo máximo al que estoy dispuesto a exponerme. 

Ya teniendo estas definiciones básicas, puedo dar un paso extra y me puedo hacer otras preguntas: ¿qué estilo de inversión calza mejor con mis intereses, expectativas y necesidades?, ¿qué tan activo o pasivo me gustaría ser en esta inversión?, ¿voy a estar constantemente buscando aprovechar las oportunidades que se me presenten en el camino o voy a optar por una solución más estable en el tiempo y que me permita obtener los mejores resultados posibles en plazos más largos de tiempo? La respuesta a esto último se relaciona directamente con el tipo de inversionista y con mis preferencias al invertir. Por ejemplo, yo puedo hacer un viaje marítimo tanto en un crucero como en una embarcación más pequeña. En el primer caso disfrutaré de un viaje algo más pausado y estable, mientras que en el segundo podría ir aprovechando las corrientes y en ciertos momentos avanzar algo más velozmente, pero también debo estar preparado para sortear las dificultades que se me presenten en el camino como por ejemplo el mal tiempo. La embarcación más pequeña permite dar giros más inmediatos, pero podría sufrir de mayor forma los vaivenes del medio ambiente, mientras que el crucero es más lento a la hora de ensayar un cambio de dirección, pero entrega mayor seguridad en la navegación.

Otra diferencia que se ve es que la complejidad de cómo se construye un crucero dista bastante de la simpleza con que cuenta una embarcación menor. En ambos casos, puedo llegar al mismo destino, sin embargo, lo habré hecho siguiendo trayectorias potencialmente diferentes. 

Trasladando el ejemplo anterior al mundo de las inversiones nos encontraríamos con que la embarcación más pequeña y maniobrable, pero también más compleja de conducir, se relacionaría con un estilo de inversión más activo. Estas carteras también pueden poseer la particularidad de no solo ser más tácticas en el sentido de tener la capacidad de ir constantemente buscando aprovechar las oportunidades de inversión que se van presentando en el corto plazo, sino que también de poseer niveles de concentración más altos y la posibilidad de tomar decisiones de subponderar o sobreponderar los activos que la compongan en magnitudes más importantes. De este modo, la cartera más concentrada y táctica, es más sencilla de construir, sin embargo, requiere de una destreza diferente para navegar según sea la situación que se presente en el camino. 

¿Es un estilo mejor que el otro?, no necesariamente, lo que sí hay es inversionistas diferentes, con perfiles distintos, y que se sienten más cómodos con uno u otro. Algunos individuos se pueden sentir mejor con una cartera más numerosa en cuanto a la cantidad de vehículos con los que está construida y con la posibilidad de hacer cambios más restringida. Otros pueden sentirse mejor, o pueden ver cumplirse de mejor manera sus necesidades, con un portfolio más ágil y concentrado en cuanto a la ponderación de sus instrumentos y que pueda ser más fácil de maniobrar para sortear los baches y aprovechar las oportunidades. 

En algunos casos, la cartera más táctica puede sacar ventaja al responder más velozmente a una determinada situación, sobre todo en caso de que el escenario propuesto de corto plazo haya sido correctamente identificado y en consecuencia se hayan tomado decisiones correctas en cuanto a la exposición y tomas de riesgo. Bajo otros escenarios, un inversionista menos dispuesto a asumir riesgos, o que prefiere no hacer un seguimiento tan periódico y detallado como el que requiere una cartera más táctica puede sentirse más cómodo con un portfolio más pasivo y de largo plazo. 

Sea cual sea el caso, lo cierto es que, en ambas alternativas, se requiere de un capitán y tripulación conocedores del tema. Un equipo de inversiones capaz de responder eficazmente a los desafíos que propongan las condiciones de navegación para poder seleccionar de forma exitosa y oportuna la dirección que tome la nave, a la vez que buenos asesores financieros que puedan ayudar a los inversionistas a descubrir la mejor recomendación dentro de las distintas alternativas existentes y que se adecúe de la mejor forma a sus preferencias y necesidades. 

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