Más de alguna vez me he topado con alguien que quiere invertir parte importante de su capital en algún activo que parecer ser la estrella del momento, con comentarios del tipo “estoy pensando seriamente en meter toda mi plata en acciones de la compañía X. ¡Están teniendo unos retornos realmente increíbles!”.
Y es que muchas veces, al margen de que se trate de una inversión con potencial, se puede caer en la tentación del activo de moda sin detenerse a pensar si dicha inversión se ajusta o no a las necesidades de uno. Como dice el dicho popular, se cae en el error de “poner la carreta delante de los bueyes”.
¿Debiéramos entonces pasar por algún estudio previo antes de comprar alguna inversión? La verdad es que sí, antes de tomar cualquier tipo de definición es importante determinar un par de cosas:
1.- ¿Cuál es el objetivo de mi inversión?
2.- ¿Cuál es mi perfil de riesgo?
El objetivo de inversión es la meta que deseo cumplir. Esto determina aspectos tan relevantes como: cuál es el monto inicial que debiera invertir, si habrá necesidad de realizar aportes intermedios o incluso algo tan trascendental como el horizonte de inversión.
Esto último reviste de especial importancia, ya que claramente no es lo mismo ahorrar para mejorar mi futura pensión si es que aún soy joven y por lo tanto faltan bastantes años para que se concrete el objetivo, que si necesito preservar capital porque se trata del pie del departamento que necesito pagar en un par de meses más. En el primer caso me puedo permitir asumir mayores riesgos, mientras que en el segundo no tengo margen para tener un retorno negativo.
El perfil de riesgo, por su parte, me dice cuál es mi nivel de tolerancia al riesgo, lo cual permite limitar de inmediato el universo de alternativas de inversión y sus ponderaciones, de modo de que el inversionista se sienta cómodo en cada momento.
Por ejemplo, es evidente que un individuo con baja tolerancia al riesgo no es buen candidato para estar expuestos a activos de mayor volatilidad como los commodities, ya que podría ver variaciones en la valorización de su cartera de inversiones que lo harían sentirse muy incómodo.
Adicionalmente, ambos aspectos pueden interactuar entre sí. Por ejemplo, un objetivo de inversión de corto plazo tiene directa incidencia en la capacidad de exposición al riesgo que tenga su cartera de inversiones. En este caso, aun cuando el individuo en cuestión tuviera un perfil más arriesgado, la naturaleza del objetivo de inversión debiera restringir indudablemente la volatilidad asumida por su cartera.
¿Por qué hablar de esto ahora?
Contar con un adecuado perfilamiento de riesgo, y, por ende, con una cartera de inversiones apropiada no solo a las necesidades, sino que también al carácter de inversionista, se hace aún más necesario en momentos de alta volatilidad como el actual. La sensación de riesgo para los individuos más conservadores es bastante asimétrica, en donde se valora mucho más la posibilidad de un peso perdido a la oportunidad potencial de ser ganado.
Cuando las cosas van bien es más fácil autodefinirse como un inversionista de perfil arriesgado, pero cuando las aguas se ponen más turbulentas es cuando florecen las sensaciones más profundas de los individuos. Por esto, poder sentirse cómodo con la cartera de inversiones se vuelve trascendental para evitar hacer movimientos bruscos o terminar completamente desinvertido, cosas que van en directo perjuicio del resultado final que se pueda alcanzar.
En una próxima columna discutiremos cómo seguir con nuestro camino hacia a composición de una cartera exitosa, una vez que ya se tiene el rayado de cancha básico con la definición del objetivo de la inversión y el perfil de inversionista. Como hemos mencionado en estas líneas, ambos aspectos son claves antes de definir qué activos debieran conformar nuestros portafolios y para lo cual el contar con la ayuda y asesoría de expertos puede hacer una gran diferencia.